De noche se escabullía entre las sábanas y las almohadas. Con un suave movimiento de su brazo izquierdo abría el cajón del velador que estaba junto a la cama. Lentamente sacaba el cenicero y un cigarrillo para luego prenderlo con el encendedor de color azul. Minuciosamente examinaba el cigarrillo. Lo observaba, apartaba la vista y lo volvía a mirar.
Siempre le llamó la atención los colores del papel que envolvía el tabaco, pues con el fuego tomaba distintos matices blancos, amarillos, cafés, negros y grises. Todos como un arcoiris. Muchas veces solía confundir los matices grises del papel con el de su pulmón.
Así mataba las horas vacías que quedaban para llegar al amanecer y mirarlo desde su ventana.
Abajo de ese espacio cubierto de vidrios transparentes, por la calle, transitaban las personas que tan temprano salen a trabajar. A veces, tambíen veía a su padre salir de casa a esas horas de la madrugada.
Ella I
Y a su lado una respiración fría, congelante y un poco escalofriante y temerosa no pudo callar el grito tan infernal del silencio.
Quedó todo cubierto de sombras, oscuras sombras que se alejan de a poco por la puerta del desván.
Aveces, ella se conformaba sólo con mirar un instante las aves que recorrían desesperadamente el cielo, agitando sus alas que al mismo tiempo movían y sacudían los sentimientos de aquella pequeña joven.
Así marcaba su presencia el silencio que retumbaba hasta en las paredes más recónditas de las cenefas de su habitación.
Quedó todo cubierto de sombras, oscuras sombras que se alejan de a poco por la puerta del desván.
Aveces, ella se conformaba sólo con mirar un instante las aves que recorrían desesperadamente el cielo, agitando sus alas que al mismo tiempo movían y sacudían los sentimientos de aquella pequeña joven.
Así marcaba su presencia el silencio que retumbaba hasta en las paredes más recónditas de las cenefas de su habitación.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)