Ella II

De noche se escabullía entre las sábanas y las almohadas. Con un suave movimiento de su brazo izquierdo abría el cajón del velador que estaba junto a la cama. Lentamente sacaba el cenicero y un cigarrillo para luego prenderlo con el encendedor de color azul. Minuciosamente examinaba el cigarrillo. Lo observaba, apartaba la vista y lo volvía a mirar.
Siempre le llamó la atención los colores del papel que envolvía el tabaco, pues con el fuego tomaba distintos matices blancos, amarillos, cafés, negros y grises. Todos como un arcoiris. Muchas veces solía confundir los matices grises del papel con el de su pulmón.
Así mataba las horas vacías que quedaban para llegar al amanecer y mirarlo desde su ventana.
Abajo de ese espacio cubierto de vidrios transparentes, por la calle, transitaban las personas que tan temprano salen a trabajar. A veces, tambíen veía a su padre salir de casa a esas horas de la madrugada.

Ella I

Y a su lado una respiración fría, congelante y un poco escalofriante y temerosa no pudo callar el grito tan infernal del silencio.
Quedó todo cubierto de sombras, oscuras sombras que se alejan de a poco por la puerta del desván.
Aveces, ella se conformaba sólo con mirar un instante las aves que recorrían desesperadamente el cielo, agitando sus alas que al mismo tiempo movían y sacudían los sentimientos de aquella pequeña joven.
Así marcaba su presencia el silencio que retumbaba hasta en las paredes más recónditas de las cenefas de su habitación.